En este siglo puede sonar extemporáneo, incluso ridículo, pero hubo un tiempo en el que el rock no era un hobby, no era como hacer deporte los fines de semana. Era una forma de vida. Sí, una manera de vivir llena de clichés y que conducía derechito a la tragedia. Y tampoco podemos decir que en el caso de Burning, que cumplen más de cuarenta años, no fuera así. Pero el saldo de su intensa biografía son canciones inmortales, de las que te corren por las venas. Su elección no fue en vano. Ahora Johnny Cifuentes sigue manteniendo viva la llama del que podríamos decir que es el grupo de Madrid por excelencia. Quedamos cerca del mejor chiste de la ciudad, su río, pedimos unos tercios…
Los Burning son de La Elipa, pero tú creciste en Carabanchel y eras de Chamberí.
Nací en el paseo del Cisne, en Chamberí. Uno nace y luego se lo llevan por ahí, y en este caso me llevaron a Carabanchel, al Tercio Terol. Eran todo casas bajas, típico extrarradio de Madrid. Todos estos barrios son iguales, San Blas, La Elipa, Campamento, Aluche, están cortados por el mismo patrón. Nacieron todos al alimón y los que hicieron el plan urbanístico no tenían otra. Recuerdo broncas entre barrios, los de Pan Bendito contra los de Usera, pero yo no me metía en esos líos, yo era un niño que se rompía los tobillos jugando al fútbol. Pasaba totalmente desapercibido. No como los típicos tíos duros que retratamos en nuestra canción «Jim Dinamita». En todos los barrios había uno, a veces se llamaba El Chino, otras El Chungo, nosotros le llamamos Dinamita. Pero yo fui un buen chico que estudiaba hasta que mi padre dijo que había que ayudar a la familia, me sacó de los estudios y me puso a currar en la cooperativa del taxi con catorce años. Y como le dio reparo dejarme sin estudios, me metió a estudiar mecanografía por la noche, como una secretaria.
¿Cómo aparece el rock en tu vida?
Me regalaron un disco de Fórmula V con la fortuna de que lo puse y empezó a sonar «The Changeling» de los Doors. Estaba mal, equivocado, dentro venía el L.A. Woman. Me dio muy buen rollo escuchar al Morrison, de hecho todavía me lo sigo poniendo. Desde entonces empecé a escuchar la radio, a grabar las canciones como podía, a pasarme muchas horas en mi cuarto, gritando, imaginando, haciendo que tocaba la guitarra delante del espejo. Me dejé pelos largos, había que tener pinta de enfermo [risas]. Hasta que me llamó el vecino un día y me propuso entrar en su grupo. Lo típico, con guitarras españolas y botes de Colón. Enseguida me di cuenta de que en el parque si tocabas te rodeaban las chicas rápidamente, a los que jugaban al fútbol no les hacían ni caso. Y me hice de los Stones a muerte. Los Beatles para mí cantaban demasiado bien, muy dulce. En esa época había que elegir y yo pasaba de los Beatles que te cagas. Cosa que ahora me tengo que comer con patatas, creo que hicieron canciones acojonantes, pero soy Stone de la cabeza a la uña.
Primer punto neurálgico de Burning: los locales de Papi.
Kilómetro 12 de la carretera de Barajas. A Papi, el dueño de los locales, le llamábamos así porque era el típico tío mayor que se preocupaba por nosotros. No pasábamos hambre, pero sí teníamos necesidades y él nos invitaba a tercios y bocatas. Ir hasta allí era muy sacrificado, había que pillar bus, metro y luego furgoneta. Por eso pronto mi grupo hizo aguas, pero yo allí descubrí cuál era mi sitio, seguía yendo solo. Y aún hoy, nunca me da pereza ir a ensayar.
Me influyó mucho un monje de Tarragona que estaba haciendo la mili, Jaume Moncusí. Creo que aún sigue con los hábitos. Este por la mañana iba al cuartel y por la noche dormía en Papi, donde tocaba Pink Floyd, rock sinfónico y progresivo. Me pillé un órgano italiano Elgam de doble teclado, una chocolatina, barato, pero para empezar a mí me parecía la hostia. Entonces Pepe Risi, que ensayaba al lado, me dijo que me uniera a su grupo, los Burning. Yo no sé para qué quería un teclista en un grupo que ya tenía de todo. Creo que lo que quería realmente era agenciarse un equipo de voces cojonudo que tenía yo entonces, pero entré en Burning. Fue el destino. Una recompensa. Desde ese momento mi vida cambió. No nado en abundancia, pero vivo haciendo lo que me da la gana desde hace cuarenta años sin deberle una explicación a nadie.
En los locales de Papi estábamos todos hermanados. También andaban por allí Ana y Johnny, muy delicaditos, con su canción esa de «libérame del pudor» [risas]. Y Camilo Sesto, que había una revolución cada vez que venía porque detrás traía un montón de tías muy buenas, y eso que luego se ha dudado de su condición sexual.
La discoteca MM.
Estaba en la calle Béjar, en Diego de León. También había una en Carabanchel, Red Gold, que tenía las tías más buenas, era la época en que llevaban pantalones Melocotón con un conejito. El MM era el sitio donde había que ir a escuchar y empaparse de rock and roll. Eran los tiempos del hijo puta de Gary Glitter, que luego resultó ser pederasta. Todo eso nos volvió locos. Tardábamos más en maquillarnos que en tocar. Cada uno era el artista del otro, un día le pintabas una estrella, otro día otra movida, según estuvieras inspirado. En la discoteca había muchas redadas. El bajito había muerto pero el mando policial seguía siendo el mismo. Pasamos muchas noches en el calabozo por alguna china. Pero nosotros no éramos políticos ni contestatarios, hacíamos rock and roll, no luchamos contra el régimen. Vivíamos el rock and roll a saco. Comprábamos ropa total para los conciertos, para hacer rock and roll hay que ir de forma especial, no puedes subirte al escenario pareciendo que acabas de arreglar una lavadora. Íbamos a la Gran Vía a comprar botas. Yo un día pillé unas plateadas y el tío me dijo: «Esto es para artistas, ¿lo sabes?». La madre de Pepe nos hacía pantalones, chalequitos. Molaba un montonazo.
Pintados, con botas plateadas, cantando en spanglish y Toño con un plátano en el paquete… en la España de los setenta.
Sí, lo del plátano se lo pedíamos y ahí salía con todo el platanoski [risas]. No nos cortábamos, éramos glam. El rollo de Topo y Asfalto con sus «Días de escuela», desde el respeto, no era lo nuestro. El spanglish era supercachondo, lo teníamos que grabar frase por frase o palabra por palabra, porque nosotros no podíamos recibir clase de inglés ni pasamos un año en Inglaterra. Pero Gonzalo García Pelayo dijo que con la pinta que teníamos había que cantar en inglés. Hicimos una portada en la que salíamos apoyados en una esquina en una calle, que parecía un rollo muy maricón, o así lo pensaron y la censuraron. Al final cantar en español llegó de forma natural, se trataba de comunicarnos con nuestro público.
¿Qué tal los primeros conciertos?
Uno de los primeros shows fue en la base de Torrejón. Nos comimos unas pizzas que estaban que te cagas, no había pizzas en España en aquella época. Al salir le dimos un poco de cera a la furgoneta y nos rodearon con ametralladoras gritando en inglés. Flipamos, tío. Luego, donde más nos contrataban era en Toledo. Les decían que éramos un grupo de rock, que hacíamos alguna de Santana y ellos contestaban «¿Pero llevan órgano?». Se conoce que el órgano daba la calidad, si había órgano, joder, hemos contratado un grupo con nivel. Pero después en esos pueblos había gente que se quedaba mirando sin entender nada, gente que sí sabía y se lo pasaba de la hostia y luego los mozos que, con tres o cuatro copas encima, pensaban que íbamos a arrasar con sus chicas y llegamos a tener algún percance muy serio, de querer matarnos y tener que defendernos a hostias con las barras de micro y terminar en el hospital. No era de color de rosa todo aquello.
La liasteis en Burgos, en el festival que La Voz de Castilla tituló como «La invasión de la cochambre».
Primer festival de rock en Burgos y en toda España. Venía gente de Murcia, de Barakaldo… Estaban Iceberg, Eva Rock, Companyia Elèctrica Dharma, gente de todos los estilos. Y para nosotros tocar y que no ocurriera nada era un fracaso total. Montamos un número en «Sympathy for the devil», en plan teatral, de quince minutos, que igual era un coñazo pero nos parecía genial. Y cuando empezamos a romper los instrumentos como los Who, salió el organizador a parar el festival, lo peor que puedes hacer, y se montó el pollo. Terminó pidiendo perdón de rodillas a la gente. No creo que Burgos fuera la ciudad adecuada para montar esto con tanto militar viviendo por ahí.
Conocéis a Eduardo Haro Ibars.
Se quedó prendado de nuestras pintas, de aquello salvaje que teníamos. Le fascinaban Toño y Pepe, nuestros Jagger y Richards. Y ahí empezó todo el coqueteo con el caballo. Empezamos a ir a todo ese tipo de fiestas, con una historia cultureta y elitista, con hijos de periodistas importantes… y caballo. Yo probé la historia y no me fue muy bien. La primera vez vomité como un perro. Me dejó todo revuelto. Dije: idos a la mierda, con lo rica que está una anfeta o un porrito. Desde ese día me aparté un poco de esa movida. A veces esto tiene un porqué, ya que he sobrevivido para contarlo.
Llega el año 80 y alguna vez has comentado que no cambiamos de década, sino de milenio.
Yo vivía en la calle Pelayo, en Chueca, me piré de la cooperativa del taxi a un piso con WC comunitario, no tenía ni sitio para dormir, sobábamos en palés y colchones de gomaespuma que pillábamos por la calle. Todo el mundo amueblaba su casa con lo que cogía de la acera, una mesa, una butaca… En ese piso había universitarios, entre ellos Julián Núñez, que luego trabajó en Los Serrano y por eso aparecieron tantas referencias a Burning en la serie, camisetas, pósters. Recuerdo un día que salí a la calle a dar una vuelta y de repente vi a todo el mundo disfrazado, bailando, gritando. Digo «¿Qué cojones está pasando?». Era el primer carnaval autorizado. Ahí me di cuenta de que todo empezaba a cambiar. Veíamos que estaba el Rock-Ola, que salían músicos, fotógrafos. Yo era pincha del Pentagrama, ahí conocí a mi mujer, a Antoñito, el de Nacha Pop, a Los Secretos, y eso que nosotros nunca fuimos un grupo de la Movida. Madrid antes era muy gris, es cierto, pero para nosotros seguía siendo Madrid. Era nuestra ciudad, gris, verde o en color.
Terminasteis a hostias con Dr. Feelgood en una gira.
No fue con ellos exactamente, fue con su equipo y sus guardaespaldas. Era la época de Johnny Mayo. En esa gira con ellos para nosotros cada día era un reto. Lo estábamos haciendo muy bien y un día hubo una especie de sabotaje en plan de recortar sonido, apagar focos y tuvimos un encontronazo gordo. No puedo entender que un grupo de esa categoría recurriera a esas artimañas ruines porque estuviésemos subiéndonos a sus barbas.
Háblame de la comuna de Torrejón.
Vivíamos todos al lado de la base del ejército americano. No recuerdo por qué acabamos todos juntos, pero me alegro mucho de que fuera así. Teníamos una relación tan sumamente pura y auténtica que no te importaba estar viviendo con tu gente, algo que si ocurre siempre terminas hasta la polla. Fuimos como hippies sin ser hippies. También tenía ese punto de haber oído que los Stones se reunieron en una casa en el sur de Francia para hacer el Exile on main street. Pensabas que si ellos lo hicieron tenía que funcionar, aunque luego hemos visto que terminaron hasta los cojones. Nosotros lo llevamos al límite y tuvimos un par de años estupendos. El edificio era la hostia, Bibi Andersen vivía en el tercero, alguna vez pasó a nuestro piso. En el primero había unos percusionistas puertorriqueños, en el cuarto un trompeta, en el quinto pilotos, también un gitano traficante… Solía venir Tono, el dueño del Penta, con cajas de Albariño, echábamos dos leños a la estufa y nos poníamos a tocar en el salón. Había además mucha gente deambulando, porque cada vez que íbamos a tocar a algún sitio se nos pegaba peña y terminaba viviendo con nosotros. De un día que vino la poli surgió la canción «Un poquito nada más». También teníamos un bar de los militares americanos que te cagas, se llamaba Pinky, con una Jukebox alucinante.
¿Cómo os metéis en la película Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
Fue cosa de Jesús Ordovás, vecino de La Elipa. Le dijo a Fernando Colomo que tenía un grupo ideal para que le hiciera una prueba para su película. Colomo hacía un cine rompedor, tipo Pepi, Luci, Bom… y no se cortó en darnos una oportunidad. Nos pidió una canción y eso para nosotros fue un reto. Nos juntamos todos en una habitación, con una guitarra española, todos compartimos la historia. Hicimos un tema muy «Sweet Jane», del rollo de las cosas que nos encantaban. Tardamos una noche. Cada uno aportó lo que podía, por eso está firmada por todos. Luego fuimos el lunes a primera hora, a las nueve de la mañana, a llevar la cinta y nos dijeron «ya os avisaremos». Nos dio un bajón… Pero nos cogieron y nos colamos en la película. Del rodaje recuerdo la palabra mágica: «producción». La decíamos y nos traían lo que quisiéramos. La película se filmaba en el edificio Galaxia de Moncloa y podíamos corretear por él toda la noche. Conocimos a Félix Rotaeta, que era un tío acojonante, socio de la sala El Sol, que luego cuando entrábamos nos reservaban sitio como en las películas de Hollywood. También estaba Carmen Maura. Al final nos hicimos amigos de todos y Colomo reescribió el guión para darnos personajes. Recuerdo la prueba, nos metía en una habitación uno por uno y decía por el megáfono «intenta ligarte a Carmen Maura» y nosotros: «hey chati, qué tal» [risas] Creo que éramos demasiado makokis. Al final trascendió la historia y Eloy de la Iglesia también nos llamó para Navajeros. Qué majo era el prota, José Luis Manzano, que también murió por el caballo.
¿En el estudio, grabando El fin de una década había azafatas de Iberia haciendo striptease?
Las conocimos en un vuelo. Íbamos todo pintones, fumando y bebiendo, había buen rollo, eran otros tiempos, les dijimos que sí se venían, tomamos copas, tal, y terminaron con nosotros en el estudio. Y en esto que mientras estás grabando ves que se ponen a montar el show, con el uniforme, para animar un poco. Pero fue una cosa elegante y bonita. Los uniformes siempre tienen ese punto. Nos empujaron a hacerlo mucho mejor. No sé si fue grabando «Chicas del drugstore» y todo. Pero no fue nada chabacano.
La portada de ese disco…
En la foto pusimos objetos de todo tipo, era como un bodegón del rock and roll, con chutas, revistas porno, periódicos con atentados de ETA, declaraciones de Adolfo Suárez. Todas las cosas que habíamos visto y usado durante esa década, era casi 1980. Pero cuando recibimos la portada del disco, me cago en la puta, fue como envolver una navaja en papel de regalo. Le habían puesto como una guirnalda para rebajar el impacto…
Y en los créditos «Cherry», unos dicen que era una chica, Oriol Llopis que se trataba de la «Cherrynguilla»… ¿Quién tiene razón?
Más bien Oriol, más bien… [risas]
Coincidisteis en saraos con Manolo Escobar, Parchís, Los Panchos…
Eran presentaciones del nuevo catálogo del año de la compañía, nos reunían en sitios horterillas como la sala Windsor, que se quemó todo el edificio hace unos años. O la sala Cleofax, sitios que no hubiéramos pisado nosotros en la vida, además de que no nos hubieran dejado entrar nunca. He conocido por dentro el Joy Eslava cuando grabé el disco en directo, si no ni de coña… En esas movidas de la discográfica estaban Conchita Bautista, Parchís, Manolo Escobar… el sello tenía un catálogo extenso, lo digo desde el respeto. Era cachondo que estuviéramos allí. Con Manolo Escobar nos sacábamos fotos, pero se notaba que él accedía a regañadientes. Se daba cuenta de que nos cachondeábamos. Manolo no era el típico que te pudieras reír de él, sabía muy bien lo que hacía, era un profesional como la copa de un pino. También tengo que decirte que gracias a Jordi Vendrell, impulsor del sello Ocre dentro de Belter, vino La Banda Trapera, después de que nosotros abriéramos la espita. Pero lo mejor de Belter es que distribuía Tamla-Motown en España y cuando íbamos nos dejaban coger lo que quisiéramos, arramplábamos con toda esa música negraza. Qué maravilla.
Con vuestro tercer disco, Bulevar, os dejáis influenciar por la Nueva Ola.
Absorbimos todo lo que estaba ocurriendo. Ten en cuenta que este disco se gesta dentro del Penta de Malasaña y ahí escuchábamos muchas cosas nuevas. Graham Parker, Elvis Costello… Canciones muy directas, muy frescas, que nada tienen que ver con el sonido arenoso stoniano que habíamos escuchado hasta el momento. Creo que en la música, el que se haya quedado estancado, muy bien, es muy auténtico, pero hay que evolucionar, aunque metas una gamba. No tienes que estar en tu cuarto encerrado sin oír nada más por el hecho de ser más puro o menos puro. Pero nuestros discos no son conceptuales, cómo te diría yo, que va un tema tras otro y tienen algo que ver. Nosotros hacíamos canciones y luego los críticos las definían. Este es el riff, esta es la letra y punto, no había ningún concepto superior. La putada fue que le dijimos al sello que buscara de quién era «Es especial», porque la hicimos según la versión de Johnny Thunders —a ver quién conocía a las Shangri-Las entonces— y pasaron de todo, no pusieron nada y luego se nos acusó de plagio.
En el siguiente, Atrapado en el amor, digamos que la cosa con las nuevas tendencias fue muy ecléctica.
Es un disco estupendo por mucho que diga la gente, que también tiene todo el derecho a pensar lo que quiera. Igual alguna canción no debería haber estado, pero bueno, están ahí. Lo importante es que para Toño, nuestro cantante, fue su disco de despedida. Toño fue el primer papá de Burning, tuvo a su hija Penélope, a la que le dedica «Penny» una canción en la que le dice que quiere dejar las drogas por ella. Cuando tienes un hijo es como que te parten en dos y lo único que te preocupa es él. A mí eso me parece correctísimo.
En la grabación de este disco las azafatas de Iberia pasaron a ser travestis.
No fue concretamente en el estudio sino en las noches. Date cuenta de que empezaba esa explosión. Estábamos en Barcelona y teníamos un estudio que parecía un putiferio, con la moqueta roja, el terciopelo, un piano de cola en el que dormíamos los Burning encima y debajo. En ese estudio nos lo tomábamos todo con mucha tranquilidad, creo que con demasiada [risas]. Y en las noches de fiesta nos íbamos a los drugstores. Para nosotros estos locales siempre tuvieron un atractivo muy poderoso. Eran el lugar de cobijo de la ciudad para los que no tenían casa, te servían como hogar y, claro, había travestis por todos los lados. No sé cómo la policía no le metía mano a todo eso, porque no eran gilipollas y sabían que ahí ocurría de todo, pero por mí fantástico. El caso es que de ahí nos íbamos a Studio 54 y, pese a nuestro aroma de rock and roll, éramos unos pardillos y a las cinco de la mañana nos las daban con queso. Al final tuvimos mucho rollo con los travestis y terminamos montando fiestas estupendas. Es que son muy divertidos, son adorables. Jamás te aburrirás con un travesti.
Maikol [el saxo] dice que en esos días llegó a pasar hambre literalmente.
El rollo de la jala era secundario, tío. Había cosas más importantes que el hambre. El alma se alimentaba de otro tipo de cosas. Cuando teníamos pelas, descarado, la mejor merlucita y el mejor marisco, pero cuando no nunca se echaba de menos. No hemos sido grandes sibaritas. No sabía esto de Maikol, si lo llego a saber le hubiera socorrido [risas]. No he conocido muchos saxos, pero qué suerte tuvieron Burning de encontrar a este menda.
¿Cómo fue eso de que el saxo tenía que sonar «como un barco entrando en Nueva York»?
Eso fue en el primer disco. Grabábamos en Alcorcón y tomando un cubata nos cruzamos con Pedro Iturralde, un saxo de toda la vida, de jazz, archiconocido. El Risi le entró, le preguntó si no le importaría meter su saxo en el disco y Pedro encantado. Dijo: «¿Qué queréis que haga?». Y Pepe: «Queremos que suene como en ese puerto de Nueva York —donde no habíamos estado en la vida— ese buque que entra con una niebla que te cagas y hace sonar la bocina». Y el tío dijo: «Vale, lo tengo» [risas].
¿Qué fue «la casa de los horrores»?
Yo no vivía ahí. Deberías hablar con Julián Núñez, el único superviviente de esa casa. Estaban Manolo y Pepe. Manolo es el bajista que tuvimos, que se ha ido lleno de historias de Burning, pero dejó un lastre bastante jodido. Estaba metido en rollos que… La música o el rock and roll dependían de nosotros, pero ya llegó un momento que con este tío la vida o la subsistencia tiraba de otros rollos, de sustancias, de tráfico, de cosas robadas. Nosotros no íbamos de ese palo y todo empezó a derivar en eso, en asuntos desagradables, cosas como que viniera gente a casa con pistolas, hubo tiros, que si me debes tanto… Mierdas muy serias.
Tocasteis con Georgie Dann en televisión.
Sí, en algún plató. También hemos acompañado Rocío Jurado, yo tocaba un piano blanco. Hay alguna foto por ahí. Son cosas de la tele, yo no sabía ni quién era, solo que tenía unas tetas enormes.
¿Notaste cuando la Movida se vino abajo?
[Silencio] Joder, me acabo de caer en que no me di cuenta de cuándo se hundió la Movida… ni de cuándo empezó. Yo sé que ocurrían cosas y que era porque había muerto Paco. Pero se lo inventaron los críticos y la gente de la pluma. De acuerdo que ocurrió algo poderoso, mucha gente salió a la palestra y mucha gente sacó lo que tenía escondido, pero en ningún momento nosotros éramos de esa escena. No éramos ni maricones, ni teníamos cajas de ritmos, ni grabábamos lo primero que se nos venía a la cabeza, éramos bastante exigentes con nosotros mismos. Y se moriría la Movida, pero la gente sigue sacando petróleo de todo eso. Nosotros estuvimos un poco al margen.
En el libro Burning Madrid (66 RPM Edicions) de Alfred Crespo, Maikol cuenta la historia de un concierto en Gijón que es… pura literatura.
Yo no sé contarla como la cuenta él, tengo muchas lagunas. Pero después del concierto fui a cobrar, con la mala suerte de que en el baño del camerino Toño se venció hacia la cisterna, que se rompió y se cayó destrozando el plato de la ducha y de paso el espejo, yo qué sé, se rompió absolutamente todo y empezó a salir agua como en las películas. Cuando lo vi, dije: pirémonos que ya hemos cobrado. Pero no nos dio tiempo. El dueño de la discoteca salió escopeta en ristre, se puso delante de la furgoneta encañonándonos delante de los faros. Bajamos. Acabamos en comisaría. Estábamos muy deteriorados, Pepe confundió la comisaría con el Rastro y le pidió al comisario un paquete de Marlboro y un botellín… Madre mía.
Demasiada heroína.
Nunca discutimos por la heroína, pero ojo. Aunque no era sajante, hiriente, sí que había un problema. A mí me asignaron, o me asigné, la responsabilidad de cobrar. Porque teníamos manager, el que nos conseguía los conciertos, pero no road manager, el típico tío que cuida al grupo en las giras, pone horarios, la prueba de sonido, etc. Yo me encargaba de todo esto porque los demás estaban metidos en una cosa dura y podían joderla.
E ir a cobrar entonces era lo último que te apetecía. En aquella época los dueños de las discotecas eran íntimos de la Guardia Civil. A veces llegabas y te los encontrabas tomando copas todos juntos en un pueblo a tomar por culo, tú con tus pintas. Les decías que te tenían que pagar y se ponían a hablar con los picoletos con su colegueo guarro: «¿Qué hacemos Manolo, les pagamos a estos maricones?». Eso tenías que verlo y comértelo. Y no me importó administrar, venía de hacer ese rollo con los recambios de los taxis. Así que pasé a ser una especie de contable del grupo. Siempre hacía falta un fondo económico para solucionar problemas como tener cables, que se arregle un ampli, cosas básicas.
Entonces teníamos claro que cada uno podía hacer con su dinero y las sustancias lo que quisiera, pero el problema es que las sustancias se acaban enseguida. Dejábamos cinco mil pelas para esto y lo otro y al día siguiente estaban en mi casa pidiéndome eso que habíamos reservado para tal. En fin.
Pero yo no haría demasiado hincapié en eso. Todos queríamos ser Lou Reed y Keith Richards, todos sabíamos que se ponían y hacían canciones maravillosas que nos encantaban. Quién era yo para decir qué no se podía tomar. El problema es que empezaron a pasar cosas con la pasta. Yo dormía con los billetes en el hotel y a veces por la mañana me despertaba y no estaban. Eso te hace llevarlo de otra manera y pasamos a repartir el fondo común hasta la última pela y allá cada cual.
Y se va el cantante.
En Atrapado en el amor estábamos muy deteriorados, algunos estábamos mal en esas grabaciones y llegó la gran fractura. Toño y Manolo deciden abandonarnos en una conversación enfrente de la SGAE después de cobrar una pasta. Nos pagaban en una ventanilla y, bueno, pasta lo que se dice pasta, Nacho Cano estaba delante de nosotros en la cola ese día, le dieron un cheque y dijo que se iba a comprar un Porsche o no sé qué. Nosotros en cuanto teníamos dinero nos lo fundíamos en el acto y nos fuimos directos a tomarla. Ahí estos dijeron que se iban a Bilbao. Manolo era un tío un poco ponzoñoso y le comió el tarro a Toño con que allí el material estaba más barato y era mejor. Piensa lo que suponía eso para nosotros, el cantante de un grupo es el noventa por ciento de su imagen. Toño le planteó la cuestión a Risi directamente, que eran hermanos de sangre, de jugar al fútbol en La Elipa: «Risi, me voy a Bilbao con Manolo ¿te vienes?». Risi antes de contestar hace una pausa, jamás hizo nada con prisa, bebe un trago: «Me voy a quedar con Johnny». Pero tengo que decir una vez más que no lo hacía por el rollo que pudiera tener conmigo, era por su familia, por su mamá, por su papá, sus hermanas, su barrio, esa historia que le hizo depender de Madrid. Él no se veía buscando, deambulando. La decisión de Toño de irse fue totalmente desafortunada. Y yo, que se me ha criticado mucho por eso, automáticamente me fui directo a registrar el nombre de Burning. No quería que esto se fuese al garete por un acto impulsivo. Me costó cinco mil pelas. Le dije a Risi oye que he registrado el nombre y contestó: «Ah, debuti».
En el peor momento del grupo llega el que para mí es el mejor disco, Noches de rock and roll. Que me perdonen la subjetividad o el apasionamiento los lectores, pero la cara A de ese LP creo que es la cumbre del rock en español.
Para que veas, con las astillas que quedaron se hizo un disco como ese. No me acuerdo qué venía en la cara A ni en la cara B, recuerdo que hicimos varias canciones muy representativas. Se grabó en los estudios Sonoland. Había un estudio A, que era el potente, y uno B, en el que estaban Héroes del Silencio, que les hicimos una visita y entendimos por qué se llamaban Héroes del Silencio. Entramos y todos callados. Les decimos: «¿Oye, estáis mosqueados?». Ellos: «No, no…» [silencio, Johnny se encoge de hombros]. Corrían otros tiempos. Es que cambiabas de estudio y en el nuestro tenías Johnny Walker, un montón de gente como en un mercado en hora punta, todos opinando, gritando, rock and roll, el rollo Burning de toda la vida. Y en el suyo… [silencio]. Todo lo contrario, tío. Eran como siniestros, eso tiene que ver con ese estilo. Y que les ha ido de puta madre, pero claro, nosotros les vimos y «Hostias ¿qué coño os pasa?». Lo importante es que Noches de rock and roll nos dio una especie de seguridad, de pensar que el paso que habíamos dado de seguir sin cantante no era en vano. Seguíamos teniendo la esencia.
Abre el disco «Esto es un atraco».
Es una historia completamente verídica. Mi mujer curraba en una boutique en Serrano. Yo vivía en Chueca, la llamo como cualquier otro día: «Hola, qué tal». Dice: «Johnny, no puedo hablar, que me están atracando». Siempre ha habido atracos, pero en aquella época había muchos. Ella sufrió más de uno, pero como tiene un par de pelotas, yo le pregunté: «¿Y cómo va?» y dice: «Nada, es un gilipollas, no va a pasar nada, le tiembla todo». La situación me produjo a mí una ansiedad que te cagas y ella que lo estaba sufriendo estaba tan tranquila. De eso va la canción.
«Corazón solitario».
Joder, qué canción tan bonita.
Y tanto.
Una vez más el Risi cien por cien. Íbamos muchísimo a conciertos, pero el día que se le ocurrió creo que no estábamos juntos, no sé si eran Black Sabbath. Algo que le molaría a Pepe, que era muy exquisito para ir a los conciertos, no se dejaba ver demasiado. Era un tío de recluirse mucho en casa, por eso componía tanto y tan bien. Aquí describió perfectamente lo que se siente antes de ver al grupo que te mola, a la estrella que sueñas con tenerla delante. Escribió todo, el antes, el durante y el después. Al principio, cuando estás con el corazón ansioso, esperando, un sinvivir, que no sabes si ir a la barra a pedir por si te pierdes algo. «Cortinas anchas de terciopelo…». Qué imaginación tenía porque yo no recuerdo cortinas de terciopelo [risas].
«Una noche sin ti».
Curiosamente, al principio pasó desapercibida, pero luego forma parte del repertorio popular. No salió como single. Una vez más, los dementes de las compañías. Igual era porque no se llevaban las baladas. Si hubiera sido single estoy seguro de que mucha más gente hubiera conocido a Burning. La historia de la canción es muy de Pepe, no hay demasiada metáfora, es una cosa muy íntima, noche solitaria en la cama, muy en el rincón, con una radio. Es Pepe, cien por cien emoción. El solo de saxo es precioso. Hay gente que me dice que podría mejorar el master, pero creo que es tan mágico oírlo tal y como es que meterle mano es un sacrilegio. En directo me cuesta mucho cantarla porque es muy de Pepe, pero no quiero que la gente que nos viene a ver se vaya sin oírla y trato de ponerle todo el corazón.
«Cristina».
Esta chica era una vecina de Pepe a la que le gustaba bailar en el lado salvaje de la vida, se enrolló con un tío con el que no debería haberse enrollado y cayó en todas las sustancias y todos los rollos, tuvo un encontronazo duro y cruel y perdió la vida. Era preciosa. Ocurrió, fíjate, algo minúsculo. Algo tan sencillo como guardarse un poquito de heroína para cuando no hay, y resulta que viene alguien con un monazo increíble a preguntar dónde está, a exigir eso. En el rollo de la heroína esconderse cosas es algo horrible, como alguien sepa que otro tiene, que alguien se guarda algo y no lo dice… he visto cosas monstruosas. Se puede acabar con la vida de alguien, es una tragedia. Pepe tenía relación con ella y su vida acabó así, por esa tontería; una tontería que era muy importante en ese momento, pero… qué sé yo. Su vida se quedó ahí y mira por qué gilipollez.
«Johnny El Seco».
Esta es sobre el típico pájaro que tienes en el barrio que acaba de salir del talego. Un menda que no ha sido mal chico, pero que le ha tocado hacer de pringui en un momento dado y le han cazado. Es una celebración de alguien que sale del maco donde se ha pasado un tiempo a la sombra por una tontería.
«Y no lo sabrás».
Pepe se arrepintió mucho de esta canción, se hizo daño. Estaba dedicada a Toño por habernos abandonado. A veces te enrabietas y llamas de todo al tío que era tu hermano. «Es bonito tener coche y ser papá…». Nunca la hemos tocado en directo, de hecho.
«Tú de azul y yo no».
Es una experiencia real de Pepe. Se enamoró, y no me extraña, de Emma. Una chica preciosa, creo que la conoció en el Penta en la época loca en que no salíamos de ahí. Me encantaba ese garito. Cuando me cogieron para pinchar, me preguntaron si quería cobrar en metálico o en copas, dije que en copas y todavía se están arrepintiendo. Se lo dije a los Burning y era maravilloso. Llegaban y empezaban: «Una de champán, otra de champán, otra de champán, otra de champán…» y así hasta que el barman le dijo al dueño que éramos una puta ruina. El caso es que en una de estas noches conoció a Emma. Era, como digo, una chica preciosa que ha muerto hace poco, por cierto. Era su chica. De hecho, «Nena», la última de este disco, también está dedicada a ella. Un día íbamos a tocar en el Teatro Martín, estábamos comiendo algo, de repente llegaron tres secretas y se lo llevaron. No pudimos tocar, estuvo allí como dos o tres noches acusado de estupro. Le había denunciado el padre de la chica, que por lo visto era menor de edad. Entonces Tono, el dueño del Penta y yo, nos pusimos a tirar del hilo, porque nuestro colega no podía estar en el talego, y recordamos que ella había salido en Interviu. Tono tiró de contactos en la hemeroteca, al final conseguimos la revista, empezamos a ojearla encima de su coche y, efectivamente, vimos a Emma desnuda. Salimos directos para la plaza de las Salesas donde estaba detenido ¿y sabes qué pasó? Fue tal la emoción cuando vimos que había salido en la revista, nos metimos tan rápido en el coche que nos dejamos la revista en el capó y se voló al arrancar. Cuando llegamos allí: ¿quién la tiene? ¿la tienes tú? ¡dónde coño está! No la teníamos, joder tío. Al final Pepe escribió eso de que él en el calabozo estaba de paso, pero el madero toda la vida. Tú de azul y yo no. Cuando estás preso te ves por dentro y piensas que por mucho barrote que haya no van a poder contigo.
El disco Cuchillo se llama así por Tono, el dueño del Penta.
Tono decía: «No me llames Tono, llámame Cuchillo», un nombre molante. La putada de todo esto es que a Tono le engancharon a la heroína los Burning. Nos unía una amistad muy especial. Ya no nos conformábamos con la noche, que nos agobiaba, estaba todo petado de gente, y quedábamos a mediodía. Tono preparaba unos Dry Martini, poníamos nuestra música y muy a gusto. En un encuentro de estos surgió la idea de presentarnos en Los 40 Principales a comprar el número uno. Todos sabíamos que se pagaba y se sigue pagando. Fue de eso que te pones: «¿no hay huevos, no hay huevos?» Y para allá que nos fuimos. Como cuando dices: «¿no hay huevos de comernos un arroz en Valencia?». Y coges la carretera y te piras. Pues igual.
Pero a Tono no le pudo la heroína, se pegó un disparo en la cabeza con la pistola de la Guerra Civil de su padre. Vendió su parte del Penta, creo que le dieron unos dieciséis o dieciocho millones, y se vino de viaje con nosotros a cumplir el sueño de su vida. Venía de pipa, o de fotógrafo, de amigo. Sencillamente le molaba estar en el meollo de un grupo de rock, los ensayos, la furgoneta. No paraba de pedirnos que hiciéramos una canción sobre travestis. Pero se pulió toda la pasta en un año y pico. Un día llegó y me regaló su Ford Fairlane. Me dijo: «para que no se lo queden los de Las Barranquillas». Ese coche había sido de un tío de una embajada. Tenía un tiro en el parabrisas. Como Tono frecuentaba sus historias de barrios bajos un día le dispararon. Y ahí estuvo siempre la araña que se forma en el cristal por un impacto de bala. Luego el coche estuvo en el aeropuerto un año y pico, que eran treinta mil o cuarenta mil pelas sacarlo. Nos las ingeniamos mi mujer y yo para recuperarlo sin pagar un pavo, pero eso no lo voy a contar [risas]. Pero imagínatelo, yo vivía en Chueca con mi Ford de siete metros de largo, con las marchas al lado del volante, pero con una ele, que me acababa de sacar el carné [risas]. Cabíamos ocho y el equipo de Burning. Con ese coche, tío, dimos como dos vueltas enteras a España. Fue el recuerdo que nos dejó Tono. Un tío irrepetible. Con coleta, bigote, camisas inimaginables de palmeras, parecía de Miami. Un día apareció diciendo que era un guerrero eléctrico, que le había caído una tormenta en Murcia y se había subido al capó de rodillas para que le cayeran todos los rayos [risas]. No sabes cómo se echa de menos a alguien así.
En tu canción «Chueca» de este disco la letra es tremenda: «a los quince y enganchada, yo la vi embarazada, van por la vida sin miedo a perder, no tienen dudas, tal vez mañana no estén».
Es una historia de mi barrio como era entonces. Había un tío que se llamaba Carlos Benito que era el camello oficial de la plaza de Chueca. El típico tío medio agitanado, con pendientes, dieciséis sortijas en cada mano, oro, collares que te cagas. El típico camello. Este tenía varias novias jovencitas, siempre pilladas por los cojones con el tema de las drogas y tal. La chica de esta canción, Mari Nieves, se quedó embarazada con quince años y era preciosa. Todas nuestras canciones son como fotografías, cada una tiene una película detrás.
Frank Zappa terminó teloneando a Burning.
Me vuelvo a poner las gafas porque recuerdo mejor. Rockódromo hasta la bola. San Isidro. Burning en el camerino bebiendo Jack Daniels y disfrutando de las visitas de amigos y amigas. No sé quién vino a decirnos que Frank Zappa prefería salir antes de Burning, porque tenía que viajar o no sé qué. Aceptamos a cambio de que se hiciera una foto con nosotros y se la hizo. Por ahí anda esa foto. Así que sí, Frank Zappa fue nuestro telonero. Yo presumo mucho de esto [risas]. Todos sabemos quién es Frank Zappa, al que le gusta le enamora y lo lleva a saco, pero yo nunca he entendido esa pasión. No tengo un puto disco de Frank Zappa, con todos mis respetos. No puedo con eso. He masticado mucho la música, pero eso… Aunque ahora en Burning hay gente a la que le gusta mucho. Aquella noche por lo demás fue exquisita. Estoy orgulloso pero con sabor agridulce, salió Frank Zappa antes de Burning y se oía desde mi camerino a la gente «Burning, Burning». Todo mi respeto a Zappa pero la gente estaba por Burning. Esa noche del Rockódromo era Burning total.
Arturo Terriza, ya fallecido, que fue batería de Mecano, también tocó con vosotros. Cuentan las crónicas que, además de su gran talento y fantástica técnica a las baquetas, tenía una polla que era legendaria.
Tenía una polla, colega… Es verdad. Son detalles graciosos. Siempre decía «¡Paga las rondas el que tenga la polla más pequeña!». Y nosotros «no, contigo no vamos a competir». Cuando pillábamos tías y las compartíamos salían corriendo cuando le veían la polla «¡eso se lo vas a meter a tu puta madre!». Le tengo mucho cariño. Llamaba a la puerta de los hoteles con la polla. «Eh, que soy Arturo» ¡pum! ¡pum! ¡pum! Y qué músico, tocaba como un reloj. Disfrutó mucho de su estancia en Mecano porque se hizo grande, estuvo en grandes escenarios, que todo el mundo intenta eso, tener buenos medios, pero la época Burning le llegó, tenía ese corazón de barrio y rock and roll.
En 1991 muere Toño.
Lo esperábamos. Fue como cuando se muere alguien de noventa y tres años. Se estaba deteriorando, vivía sin horizontes, sin nada. Siento mucho los últimos días de Toño porque fueron bastante chungos y me jode. Tomó una decisión equivocada al marcharse y el orgullo a veces mata. Recuerdo que una vez fuimos a tocar al pueblo donde se había casado con su mujer, Briviesca, y Pepe dijo: «Está entre nosotros Toño, nuestro primer cantante… no, nuestro cantante, se podría tirar el rollo y subir y cantar una de las suyas con nosotros». Y se quedó arrugado y confuso y no fue capaz. Pero habría que meterse en su pellejo a ver qué ocurría dentro de su mente.
¿Notabas musicalmente el progresivo deterioro de Pepe Risi?
Nunca le vi perder la forma. Hay gente que sí, pero no es mi caso. Puede que me pase como ocurre con las personas a las que tenemos mucho cariño. Yo le vi siempre pletórico. En el disco Regalos para mamá se marcó canciones buenísimas como «Tan celosa como tú». La portada de ese disco es una locura total, vino un menda al bar diciendo que pintaba y, nada, para él. El título era de Pepe y creo que es su homenaje, no lo he dicho nunca, a su madre. Como el título, un regalo a la señora Natalia.
En el siguiente No mires atrás escribís la canción «Ojos de ladrón» dedicada a Sonia Martínez, una presentadora de programas infantiles de RTVE que cayó en desgracia después de que la fotografiara un paparazzo bañándose en top-less en una playa ibicenca.
Uf, qué chungo tío. Cuando tengo resaca suelo ver la tele, todo tipo de programas. Entonces existía esta chica, muy agradable, muy bonita, jovial, enrollada. Me gustaba cómo trataba a los nenes, yo tengo especial predilección por los niños. Pues nada, cuál es mi sorpresa que pasan unos pocos años, yo siempre he ido a hacer footing y vivo en Batán, donde tengo el bar, y qué mejor sitio para correr al aire libre que la Casa de Campo. Estoy por ahí corriendo y de repente, tío, detrás de un árbol la veo. Me doy la vuelta, creo que me he equivocado, la vuelvo a ver y me digo joder no puede ser… Al final te enteras de que el lado peligroso de la vida, la historia, te lleva a este tipo de movidas. Jamás hubiera pensando que una nena con ese rollo hubiese podido terminar así. La vi haciendo la carrera ahí detrás del árbol, con unos ojos raros, incluso invitándome. E hice esa canción, «Ojos de ladrón», que está dedicada totalmente a ella. Me parece una putada lo que le pasó. Si Toño hizo Atrapado en el amor, un poco como despedida de Burning, este disco, No mires atrás, fue su epitafio, su despedida de todos nosotros. Hizo «Te quiero tanto» como un adiós a su eterno amigo Toño.
A Pepe por esas fechas ya lo tenías que llevar de gira en camilla.
Casi sí. Pepe con toda la tralla que ha mantenido durante tantos años era un tipo que me recuerda mucho a Keith Richards, aunque por lo que sea él no tuvo esos medios para intentar remediar y alargar un poco esta existencia. Pero Pepe, como el Richards, no se ha cortado nunca absolutamente de nada. De nada. Ha absorbido segundo a segundo la vida y lo que le ha dado el rock and roll. El cabrón solo tenía dos casetes que poníamos en la furgoneta. «Cosas rápidas de los Stones» y la otra era «Cosas lentas de los Stones». Siempre escuchaba eso el cabrón… era muy grande [risas].
Al final en la furgoneta le tuvimos que llevar tumbado y en camilla. Estaba fragilísimo. Íbamos a buscarle al hospital, nos lo llevábamos y nos decían: «Este tío que no se muera». Por supuesto, todo exigido por él, que nos decía: «Por favor, pero si esto es una mariconada, llevadme». Tenía hepatitis, estaba muy débil, pero se colgaba la Gibson y me decía: súbeme del culo. Le ponía en el escenario y le duraba la energía lo que duraba el concierto. Luego le teníamos que bajar muy suave, muy despacio, y se pasaba media hora en un rincón limpiando las cuerdas de «su Negrita» con un paño, con adoración, como diciendo: esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. Limpiaba cada milímetro de la Gibson, cada escondite de la guitarra. No quería ni hablar con nadie.
Luego en el hospital daba mucha pena. Íbamos a verle a diario. Yo le llevaba dibujos de mis hijos, los colgábamos en su ventana. Le daba masajes en los pies. Le decía que habíamos firmado un par de fechas en Palma, con la ilusión que nos hacía ir a tocar a las islas, se quitaba la máscara de oxígeno y decía «¡haz el repertorio, prepáralo bien!». Y te susurraba: «¿Has visto a este de aquí al lado? Palma seguro entre hoy y mañana… Y por cierto, déjame dos cigarritos debajo del lavabo».
Una noche llegaron los médicos y me dijeron «¿Tú eres amigo de José Casas?». Digo: sí. «¿Estás loco, inconsciente, sabes que se está muriendo?». Me quedé… ¿Cómo, que no va a salir? Y ya dejamos de hablar del repertorio, eso se quedó en un segundo plano, y pasamos a caricias, miradas, hasta que una noche nos dijeron que era el momento de la despedida, que le iban a desenchufar, y en mis brazos y en los de mi mujer dio el último suspiro. Se me fue, tío.
Ya desgraciadamente sin él, tocasteis en la cárcel de Soto del Real. ¿Cómo fue aquello?
Era una cancha de baloncesto sin gradas. Con un pasillo arriba en el que había como treinta y tantos policías con ametralladoras. Cada vez que mirabas para arriba y les veías pensabas: joder, dónde estoy. Juntaron la tercera galería, la primera y la cuarta. Los que no se veían nunca y eran colegas aprovechaban para cambiar información, intentar ver al colega que llevas años sin ver. A nosotros no nos hacían ni puto caso. Si te pones a pensarlo fríamente es lógico. Ellos son sus colegas, no nosotros. Tenían cosas más importantes que hacer que vernos. Luego, al mismo tiempo, el asunto tenía su punto de belleza. Como se juntaron presos y presas, hacían corrillos, piñas, y se ponían a follar dentro. Eso me impresionó. Lo mejor es que no pudimos salir hasta tres horas después porque no aparecía un preso, se pensaban que se había metido en nuestro bombo para escapar y luego resultó que estaba en el tigre. En fin.
El disco de 2002 se llama Altura, explica el porqué de ese título.
Es cosa de un tío, Jaime Noguerol, un gallego que escribía fuera de las normas. Era de Ourense, como ves siempre terminamos en ciudades oscuras. En Galicia los que triunfan son de Vigo, A Coruña, y nosotros estamos predestinados a otro tipo de gente. Hubo una noche en la que Jaime me susurró al oído esa palabra mágica: «Altura, si haces algo, lo que sea, simplemente cagar, hazlo con altura, no te conformes con hacer algo más o menos normal, o que la gente pueda verlo como normal, siéntelo con altura, intenta no defraudar, no ser un mediocre, altura en todo».
Hace poco apareció hasta en El País que estabas trabajando con Leiva en un disco que al final se ha ido al traste; el periodista Alfred Crespo, el único al que le has dejado escuchar la maqueta, dice que hubiera sido disco del año sin ninguna duda.
Leiva es un tío que trató de aprovecharse del rollo Burning. Un día que tocamos en Sevilla me dije: joder, voy a conocer a los chavalitos estos, Pereza, que tienen ese ramalazo clásico. Hubo cachondeo, se pusieron gafas de sol para hablar conmigo. Rollete bueno. Luego un día en mi bar, El Cocodrilo, recibo la visita de Santi Alcanda, Quique González y Leiva. Hay una conversación que termina en que tengo que hacer, como si me vieran acabado, lo próximo con Leiva. Me dejé llevar. Siempre he pensado que el mundo de la música es otro mundo aparte, fíjate lo ignorante que soy. Lo de que te pongo la zancadilla, te voy a engañar, siempre he pensado que no ocurría entre los músicos, que éramos una casta especial, que no había apuñalamientos entre nosotros. Pero tengo que decirte que ha sido una putada, he tenido una mala experiencia.
Leiva me dijo que por qué no nos veíamos y que le enseñara los temas que tenía. Le dije que se viniera a mi casa, que ahí tengo un programa en el típico ordenador donde me han enseñado a grabar las ideas que me surgen. Le enseñé unas quince o veinte cosas que tenía y me dijo que eran de puta madre: «Sabes, Johnny, tengo un estudio en casa». La cosa fue rodada, nos pusimos a grabar mis ideas.
Quién no se plantea tener un disco en solitario después de tantos años, tipo Johnny Burning. Mi espejo es el de siempre, si Keith Richards lo sacó, joder, puedo hacer un punto y aparte. Los músicos que tocan en Burning, de hecho, tienen cada uno sus proyectos. Pinilla tiene la Pinilla Blues Band y Guardado y Cacho tienen un grupo de versiones. Con lo cual no me parecía una idea descabellada, era incluso atractiva. Y Leiva, desde la admiración y el respeto, como fan, me dice que tiene un estudio en casa, que toda la pasta que gana se la gasta en mantener un estudio en la terraza. Yo nunca he tenido pasta como para montarme un estudio. Acepté.
Te voy a hablar muy sinceramente, no quiero ni decir más ni menos. Terminaron las sesiones en mi casa, que fueron cinco o seis, él con una acústica y yo con un piano cantando mis canciones, y Leiva, que me parece un tío muy inteligente y buen músico, dice después de una sucesión de acordes que por qué no meto ahí un re menor. Vale. Puede quedar bien. Lo metemos. Quería ese tipo de detalles en los temas.
Después seguimos en su casa en plan Black Crowes, tranquis, con una alfombra, ya sabes. Desarrollamos y hacemos todos los temas, pero no se podía grabar con batería porque él allí no tenía, la tuvimos que meter en otro estudio, así que hicimos una claqueta y fuimos grabando todos los temas. Conversación antes de empezar: «Leiva, para que no haya equívocos, que sé cómo va esto, el asunto de la producción y los autores». Y dice: «Johnny, tío, que te admiro que te cagas, los temas son tuyos, si me dejas soy productor y tal, lo que pueda aportar, que te adoro y te quiero». Vale, pues está todo hablado. Como te he dicho, yo creía que con los músicos no había que hacer documentos.
Y efectivamente, empezamos a hacerlo, está quedando de puta madre y vence la historia de que voy a ser Johnny Burning, decido que voy a hablar con los músicos y me dice: «no hables con ellos, mejor hablo yo que igual no se lo toman bien». Te estoy hablando con la patata aquí encima, eh tío. Y todas las otras versiones podrán decir lo que quieran, que esto es lo que te digo. No tengo yo por qué mentir después de tanta gasolina.
Se va a hablar con mis músicos y les convence. Nunca he sabido lo que se dice allí, le digo de ir yo también, pero «que no, que no». Unas gilipolleces de niños de colegio… Total que caigo en esa red entretejida y luego, al final, mi sensación es que Leiva es un tío que está a disgusto en el papel —pienso yo— que está desempeñando en su vida musical, que ha estado muy bien en la época adolescente de determinada gente y que ahora necesita dar el otro paso que es cruzar el arroyo, convencer no sé a qué público, el que él cree que me sigue a mí, o a otra determinada gente. Me jode que no se sienta a gusto siendo lo que es, las cosas deben caer por su propio peso, hay que ser natural, me lo ha demostrado la vida. En el momento en que presionas algo, que quieres hacer algo que no es normal y que no te corresponde, siempre la cagas. Pero parece que él quiere adelantar ese acontecimiento, dejar la adolescencia y sentir ese sabor y ese aroma de que a la gente que le mole AC/DC y los Stones, los que vienen a ver a Burning, les guste él.
Los temas empiezan a sonar, el tío toca la guitarra, el bajo, hacemos coros, y de repente dice: «tío, creo que esto hay que presentarlo en algún sitio». Digo: vamos. Y otra vez: «No, no vengas Johnny. Voy a quedar con un tío en la Warner, que es colega, y ya voy yo, por si acaso dice que no para que no te lleves tú el mal rollo». Una vez más, confío. Insisto en que considero que el mundo de los músicos es algo muy especial, siempre lo he visto genial, con gente que adoro que no me la va a jugar. Porque ya existe otro tipo de peña, que no falta precisamente, de los que no te fías de nada.
El tío de la Warner dijo que estaba de puta madre. Entonces me viene Leiva y dice: «Johnny, tío, si me das hoy seis mil pavos yo pago al técnico y todos los gastos». «¿Eh?», digo yo. En su casa. «¿No era tuyo todo esto?», le pregunto. Nada. Seis mil pavos. Y te lo tengo que decir así porque son ¡seis mil pavos! El colegueo ahí… dije «hostiaaaa», pero como estaba entusiasmado… Tío, me estoy abriendo en canal. Va el Warner y dice que le interesa muchísimo. Leiva me lo transmite. Creo que puede molar. Y Leiva me invita a un restaurante por primera vez, porque tengo que decirlo, nunca encuentra la puta cartera, pero esto es una anécdota, una gilipollez. Y me dice ahí: «Te tengo que hacer una petición: me gustaría mucho que firmásemos a medias algunos temas». Contesto: «¿No era un trato eso de que los temas son míos y tú te encargabas de la producción y tal?». Él: «¿Que tú no me vas a dejar firmar?». Y a tomar por culo. Ya está. [Leiva dio su versión de esta historia en la Jot Down Smart nº18, N. de R.]
¿Todo por los derechos?
Sí. Pasta. Dice que yo soy de pasta, me acusa de que yo iba a por la pasta. Mira, mi última conversación con él fue: «Esto que quede entre nosotros. Jamás trascenderá, Johnny. Hemos tenido este pollo, yo jamás diré lo que ha ocurrido, tiramos cada uno por su lado». Y qué va, todo lo contrario. Lo suelta por todos los lados. Y yo hasta ahora me he mantenido ahí, como diciendo: tío, estás haciendo la actuación del niñato, del herido. Estás soltando una mierda… Lo teníamos superhablado.
Ahora he quitado todos esos arreglos, todos los que he podido; en los que no, porque eran muy buenos, he puesto «Arreglos por Miguel Conejo». A mí que me entierren pero voy a decir la puta verdad. Todo lo demás, el marujeo, el llorar… ¿Sabes lo que te digo? Que ojalá sea feliz, no le deseo mal a nadie. Pero no es la forma. Creo que no sabe cómo saltar de su historia. El consejo que le doy es que se deje llevar. Sé que en su música está más encorsetado, que tiene que rendir cuentas, y yo de todo eso estoy completamente libre.
Al final parte de esas ideas van para el último Burning ¿de dónde viene la canción «Willie Dixon»?
Risi, en la cama del hospital, me dijo que nunca habíamos cruzado el charco. En su día pudimos ir a Miami, pero fue un lío de gente que habla de más, de la que te va a llevar a la cima cuando la vaca da mucha leche. En aquella habitación de hospital le juré, o por lo menos intenté decirle, que lo iba a hacer por él. De hecho, cuando aterrizamos en Argentina hice como el papa, le di un beso al suelo y dije: «Tío, te lo prometí». Luego en la gira no nos hicieron ni puto caso, no tuvimos tampoco excesiva promoción, las críticas decían «quién es ese puto viejo que está tocando rock and roll como un loco». Pero me da igual. Fuimos a Buenos Aires, Rosario, Mendoza y Córdoba. En Rosario, tras tocar en un hangar, alguien me trincó del brazo, no recuerdo quién, y crucé el umbral de ese garito, el Willie Dixon. Caben unas tres mil o cuatro mil personas. No había música enlatada, terminaba un grupo y se subía otro. Había chicas excepcionales, la cerveza estaba muy fría y todo eso me hizo irme al hotel y escribir «Conozco un sitio que se llama Willie Dixon…» y ese estribillo «necesito volver». Allí ellos se llaman así mismos «rollingas». En Argentina tú coges un taxi y no hay Radio Olé ni nada que se parezca a nuestro dial, hay rock and roll del país. Yo les adoro. Cómo defienden el rollo. Me quedé depresivo porque me recordaba a España hace veinte años. Yo no soy Sabina y no voy a los sitios de élite, yo no conozco ese rollo de las tías preciosas, conocí o a la gente normal de la calle. El solo de Pinilla en la canción es buenísimo. Un tío que, por cierto, antiguamente tenía el número de teléfono anotado en la suela del zapato y cuando hacía un solo se lo enseñaba a la tía que tenía enfrente [risas].
¿Y la canción «Bestia azul»?
Tuve un cliente en mi bar que solía venir gritando «¡Ponme a los Status Quo!». Y un día me comentó que se iba a hacer el cursillo de la policía, que la cosa estaba muy mal. Entonces, ya como madero, me vino y me dijo: «¿Sabes que si alguna vez tengo que chaparte el garito, lo siento, tengo que cumplir?». Me quedé mirándole como «¿te das cuenta de lo que me estás diciendo, tronco?». Típico, se hace madero ¡y qué ganas tenía de decirme eso! Pues me comentó otro día: «¿Te crees que eres libre? yo ahora mismo puedo acabar contigo, no te creas tan chulo, Johnny, te dejo una bolsa en el baño, hago una llamada y estás jodido». Cuando tienes un garito te enfrentas a este tipo de cosas.
Y ahora a seguir con el Cocodrilo y con Burning hasta que el cuerpo aguante.
El Cocodrilo se llama así porque el Tono antes de palmar dijo que iba a rehacer su vida, quiso pillar un garito en Corredera Baja de San Pablo y se iba a llamar El Cocodrilo por la canción. No lo pudo hacer y ahí se quedó. Un día, por cierto, vino Sabina al Cocodrilo, con Lorenzo Rodríguez, que era director del Rock-Ola, y le dije a Joaquín: «¿Qué quieres que te ponga?». Y me dice: «Lo que quiero es servir yo». Se metió dentro de la barra y estuvo como media horita o tres cuartos atendiendo a los clientes del Cocodrilo. Quería empaparse un poco de lo que es un bar de barrio, un bar de rock and roll y disfrutarlo como tal. Yo sigo con mi bar. Soy un tipo de largo recorrido. Llevo veintiséis años con el garito, treinta y tantos con mi mujer y cuarenta con Burning.
Ahora el tío del Agapo, ¿recuerdas ese garito de Malasaña? Tocamos ahí y era tan pequeño que la gente se bebía mi cerveza, la que tenía encima del piano. Pues este menda nos ha conseguido tocar en San Isidro otra vez, que mola mucho, aunque en el escenario te viene un olor a panceta que lo flipas. Y luego igual vamos a Londres.
Y sigo temblando antes de cada concierto. De pequeño iba al zoo del Retiro, que ya no existe, y veía a los osos polares que estaban en jaulas muy pequeñas. Tenían un recorrido muy limitado y rutinario, se veía dónde estaba cada pisada. Antes de tocar me siento en el camerino como ese tipo de osos. Es tal la ansiedad. Si la cosa empieza a funcionar, si los técnicos te pillan, los monitores funcionan, tu piano está ok y el micrófono suena, entonces ahí me conformo. Pero antes de eso tengo una ansiedad que no te la creerías. Y luego ese respeto que tiene la gente que viene a vernos, siempre se lo digo al grupo: «Chicos, estoy tocando en Bilbao o en Madrid, pero para la gente que viene del pueblo más pequeño de a tomar por saco». Por supuesto, luego sigo yéndome de marcha con los fans, que me cuenten su historia, me enseñen fotos de sus hijos. Eso es esencial. En el momento en el que solo venga a vernos mi mujer, mi hijo y tú, dejaré de hacer esto. Sé que no es eterno, por eso digo a los burnianos que este es el momento de ver a Burning. Tal vez mañana no existirá. Y no es una amenaza, simplemente, que todo tiene un ciclo y es así; es así de bello, de bonito y de hermoso.
Las canciones de Burning tienen esa gran virtud a la que todos los músicos aspiramos. Te transportan. Vivo en un pueblo, pero cuando las escucho o las toco, me siento como teleportado al centro de Madrid…
https://josegallardo.bandcamp.com/album/obra-maestra
Habla con el deparpajo y el descaro con que se hablaba antes. Se agradece. Ahora todo es muy politicamente correcto
La banda mas grande de este pais , creci con ellos y pase muchas noches con ellos en un garito de la Elipa ( yo era de alli), » El Manivela»
El fallecimiento de Pepe Risi , fue algo de lo mas sonado en mi barrio y creia que Burning se acabaria , pero Johnny , ha sabido mantener la llama viva y a dia de hoy sigue siendo una gran banda y una de mis favoritas.
Johnny…»chapeau».
Ha sido un placer leer esta entrevista.
Te deseo sinceramente una larga vida de rock and roll.
Fredo (Asturias)
Qué recuerdos de toda una vida acompañado de su música.
Burning, sin duda grandes entre los grandes del Rock And Roll.
Cuando escuchó alguna de sus canciones me puede la nostalgia y los recuerdos.
¡Larga vida!
Yo los vi en el festival de la cochambre y al año siguiente en León en el primer enrollamiento, han sido y son los mejores, parece que fue ayer…..
Por lo general, pienso que las entrevistas de JOT DOWN son demasiado extensas, sin embargo esta me ha resultado corta. Tengo que dar las gracias a Johnny Cifuentes por el rato que he pasado leyéndola. No creo que él quiera ser ejemplo de nada ni para nadie, pero transmite una naturalidad y la sensación de ser una persona de una pieza de esas que te encuentras pocas por la vida.
Qué maravilla de entrevista. Una auténtica pasada.
Muchas gracias.
Joder !Todavía queda gente auténtica, qué dice lo que siente y transmite sentimiento. Bien por Jhonny
Grandes los Burning!
Una de las mejores entrevistas que he leído en esta web (y mira que las hacéis buenas): extraordinarias las preguntas y extraordinario el gran Johnny Cifuentes. Por lo que he leído, algo más que un músico: alguien de una pieza que te gustaría conocer en persona. Un crack, vaya. Muchas felicidades a ambos. Y larga vida al rock ‘n’ roll (y a Burning, por supuesto).
Joder Johnny se me han puesto los pelos como escarpias. Viva Burning!!! Rock And Roooolllllll
La verdad, muy muy buenas preguntas y sorprendentemente honestas las respuestas.
Igual que José Legrá ha sido nuestro Muhammad Ali y La Banda Trapera del Río han sido nuestros Sex Pistolsby nuestros The Stooges ,los Burning han sido nuestros
Rolling Stones y nuestros New York Dolls.
Johnny muchas gracias por la entrevista, que buena banda para unos buenos años, frecuento mucho Batán , era del barrio, iré pronto a tu bar a sumergirme en la noche
Gracias por ser.
Músico y Persona.
Abrazo.
Estupenda entrevista. Una mas, de las extensas y excelentes entrevistas que hacéis acertadamente. En estos tiempos en los que todo es tan corto y superficial, os agradezco mucho lo que hacéis para conocer mejor a alguien.
Johnny, por si acaso lees también los comentarios cuando leas la entrevista que te han hecho: : cuándo vas a sacar otro disco, tío? Somos legión los que esperamos algo como el Pura Sangre. Sí, como el Pura Sangre.
Burning los mejores.
Tuve la suerte de ver a Burning en 1974 en la sala M & M y fue increíble .
Yo a Burning los vi en 1974 en la discoteca Red Gold y fue alucinante, además de lo alucinante de su musica era su puesta en escena que les hacia parecerse a los New York Dolls ,a los Kiss y a Alice Cooper .
Johnny encarna la música y la forma de vida de una época que se acaba, no habrá ya nada igual en nuestra querida ciudad. Tus conciertos alegraron Madrid cuando más lo necesitaba. Enhorabuena por tu sinceridad y constancia.
Grandes los Burning!!!, sin duda, otro tiempo, otra música y otra manera de ver las cosas…
Los Burning siempre serán una gran banda de rock.
BURNING SON NUESTROS ROLLING STONES Y NUESTROS NEW YORK DOLLS.
…recuerdos del pelo largo…Cuchillo y Pepe como pájaro libre…johnny no dejes de ser un chaval…ai loviu …
Muy buena la entrevista a los Burning ellos y Mermelada y La Banda Trapera del rio son las mejores bandas de rock de España.
es lo que tiene ser un pijo disfrazado de rocker, pero es lo que ahora se lleva: yo lo llamo la gentrificación de la musica rock y está pasando de continuo, unos cardan la lana (burning) y otros llevan la fama (leyva). A poco que penséis seguro que en vuestros cocos surgen mas ejemplos. Animo a jhonny ¡¡¡
Burning y La Banda Trapera del Río las mejores bandas de rock de España.